miércoles, 20 de febrero de 2013

ALGUNAS CONSIDERACIONES SOBRE EL TRABAJO PREVIO O PREPARATORIO



      Dentro de la dinámica habitual de un ensayo o sesión de trabajo, la primera dificultad con lo que nos encontramos es la de cómo empezar. Siempre he creído que el comienzo de una sesión o ensayo debería favorecer el acercamiento a ciertos objetivos que redunden en el desarrollo de la sesión. A este comenzar el ensayo lo solemos llamar trabajo previo (al ensayo propiamente dicho), o trabajo preparatorio. A mi entender, dicho trabajo debe cumplir con ciertas exigencias:
* Establecer un punto de inflexión en un sistema de relaciones que conocemos como Realidad que posibilite otro, que conocemos como realidad escénica.
* Preparar física y psicológicamente nuestro organismo para transitar por ese otro sistema de relaciones que se rige por reglas que no siempre nos resultan cómodas o familiares.
* Delimitar un espacio para la comunicación, el entendimiento y la comprensión entre los integrantes del grupo real parar transitar de manera no traumática (y por tanto beneficiosa) de un sistema a otro. O lo que es lo mismo, favorecer la dinámica del grupo o sinergia.
* Funcionar como ultimátum que nos impulse a acometer la inmersión en el sistema de relaciones escénicas.
      Con este elenco, como con otros con los que he tenido la suerte de coincidir, tengo la agradable certeza de que cada integrante sabe perfectamente qué necesita para cumplir con las “exigencias” anteriormente señaladas. Gracias a lo cual, no necesito cargar con el, al menos para mí, molesto rol de organizador o animador de dinámicas. Tan sólo tengo que favorecer y abonar ese terreno sobre el que ellos trabajan. Por eso, me gustaría aprovechar la ocasión para caracterizar una dinámica de trabajo que en esta segunda sesión de trabajo se presentó ante mí, por vez primera, con clarividencia. Por eso, esta caracterización tiene voluntad de sistematización, tanto en lo referente a este proyecto como a otros futuros.
      Por motivos diferentes pero seguramente con un origen común, el momento de empezar a trabajar en escena, o en pie, suele ser un trance abrupto y difícil de acometer tanto para el director como para el elenco. Por eso, al comenzar el ensayo, nos sentamos todos en círculo y se explica la dinámica de trabajo del día, tras lo cual se continúa con una pequeña puesta en común. Es el momento para compartir inquietudes o sugerencias y analizar el estado del trabajo. Se trata de una especie de diagnóstico del proceso, que pretende favorecer el buen entendimiento del grupo o sinergia. La duración de esta fase debería estar entre los cinco y los veinte minutos. Si empleamos menos de cinco minutos corremos el riesgo de pasar por encima. Si empleamos más de veinte corremos el riesgo de menoscabar la creatividad psicofísica del actor.
      Después de eso, y antes de abordar el trabajo escénico concreto llega el famoso, por célebre, momento del calentamiento, tantas veces parodiado y mistificado. Los actores estiran las articulaciones y calientan los músculos, se relacionan y juegan, poniendo a punto cuerpo y mente. Cada actor debe conocerse lo suficiente para saber qué necesita para llegar a un estado de disponibilidad óptima. Puede surgir algún juego en común, mientras otros todavía charlan, o hacen flexiones, o calientan la voz, o corren en círculos. Creo que es bueno que se identifique este momento con un espacio para hacer lo que quieran, incluso para no hacer nada todavía, para que cada uno se prepare a su gusto con total libertad. Aprovecho el momento para, rescatando la información sacada de la puesta en común anterior, reconducir en mi cabeza el trabajo previsto para la sesión. Y les acompaño en el calentamiento, poniendo tres o cuatro temas musicales que para mí tienen una relación directa con la obra. En mi caso, las músicas me son más útiles que las imágenes a la hora de inspirarme. Suelo crear una especie de amplia “banda sonora” para el proyecto del que me ocupo, que me ayuda a establecer una relación personal con él. Además, los temas musicales me excitan la imaginación y me ayudan a comprender y proyectar el trabajo de una manera diferente, mejor. Sin embargo, nunca he sabido como compartir adecuadamente esas experiencias con el resto del equipo. De todas las que he probado, creo que la anteriormente referida es la más acertada, ya que permite la creación de una experiencia en común en el grupo, aun cuando no se manifieste de manera consciente. Esta actividad debería enmarcarse entre los quince y los veinte minutos de duración. Cuando acaba la música, todos sabemos que hay que empezar a trabajar sobre algo concreto, que casi sin excepción nos asusta de una manera o de otra. ¿Para qué estamos aquí, para marear la perdiz, hacer ejercicio y escuchar música? No, estamos aquí para trabajar. Esta reflexión, no deja de ser sino una estrategia para provocar la necesidad de ponerse a ello, a veces tan difícil de conseguir, incluso en equipos altamente motivados. Sería estúpido no reconocer nuestro denominador común: a todos nos cuesta enfrentarnos con los miedos que nos provoca exponernos.
      Todo este trabajo previo no debería exceder los cuarenta minutos de duración en una sesión de trabajo de cuatro horas y media. Puede parecer mucho, pero creo que su duración debe ser proporcional a su importancia. Es un tiempo que nos prepara para afrontar el momento de abordar el objeto de trabajo con la decisión, importancia y concentración que se merece. Pretende transforma ese saltar el precipicio que separa lo real de lo teatral, en un escurrirse por el acantilado mediante un suave tobogán. Que parece conducirnos a tomar conciencia de la inevitable necesidad de trabajar.

Víctor Velasco

No hay comentarios:

Publicar un comentario